jueves, 14 de agosto de 2014

TE ESPERARÉ SIEMPRE

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir en este blog el relato con el que el año pasado participé en la Antología que organizó Dulce, la administradora de "El Club de las Escritoras", al que pertenezco, con la que quiso celebrar el Día de San Valentín.
Y lo logró. Pasión y amor es una Antología compuesta de treinta y dos relatos cargados de romanticismo y de dulzura.
¡Lo recomiendo!
El relato con el que participé se llamaba Te esperaré siempre. 
Es una historia de amor que transcurre en el siglo XIX.
Espero que os guste.

                                       TE ESPERARÉ SIEMPRE

                 Había crecido escuchando la historia de sus antepasados. Natalie Jackson vivía con sus padres en la isla de Ramsey, en el suroeste de Gales. Era la menor de tres hermanas. Corría el año 1701. Su piel era blanca como la leche y suave al tacto. Poseía un largo cabello de color plateado, como un rayo de Luna. Y sus ojos eran de color verde musgo. Su gran belleza, unida a su gran dote, la había convertido en todo un trofeo a conseguir a manos de ciertos caballeros. Natalie tenía fama de ser una joven fría como el hielo. Los caballeros acudían a verla atraídos por su belleza. Pero se veían rechazados por ella. Le escribían versos copiados. Le hacían costosos regalos. Iban a visitarla a su casa en la isla sólo para ser rechazados por Natalie.
            Todo eso cambió cuando conoció al teniente Wulfgar Norton. No era un aristócrata, sino un simple squire (terrateniente inglés) que había hecho carrera en el Ejército. Wulfgar había oído hablar de Natalie y de su ya legendaria frialdad. Se propuso conquistarla a cualquier precio. Wulfgar tenía una merecida fama de libertino y de pendenciero. Había recibido una esmerada educación que le hacía ser bien recibido a las casas más importantes de Gales. Sus ojos eran de color gris como el acero. Su piel estaba tostada por el Sol. Y su cabello era negro como la noche. Creyó que Natalie sería como las otras jovencitas de voz dulce y modales recatados que había conocido.
            No tardó mucho en darse cuenta de su error.
            Fue a visitarla a su casa en la isla de Ramsey y se podría decir que aquel primer encuentro fue un flechazo en toda regla.
            Wulfgar se convirtió en un visitante asiduo de la casa de los Jackson. Se había enamorado de la hermosa Natalie. Una intensa pasión fue creciendo poco a poco entre ellos a medida que Wulfgar visitaba la casa de los Jackson. Pero éstos se enteraron de la mala fama que tenía Wulfgar y le prohibieron que fuera a visitar a su hija.
            Sin embargo, Natalie no estaba dispuesta a renunciar a él. Y Wulfgar tampoco quería dejar de verla.
            Se veían a escondidas entre los brezales cercanos a la casa de los Jackson. Sus miradas se lo decían todos. Las palabras que pronunciaban sonaban vacías. Hablaron de fugarse. Pero no les dio tiempo.
            A Wulfgar le llegó una carta en la que le comunicaban que tenía que partir rumbo a España, que estaba sumida en una profunda Guerra Civil tras la muerte sin herederos del Rey Carlos II. El nieto del Rey de Francia, Felipe de Anjou, y el Archiduque Carlos se disputaban el trono de España. Inglaterra tomó partido por el Archiduque.
            Wulfgar y Natalie se vieron por última vez en los brezales. Y vivieron su primera y única noche de amor el uno en brazos de la otra. Se besaron de manera más apasionada que de costumbre. Desnudo él y ella cubierta por su camisola, cayeron al suelo. Se besaron muchas veces. Se abrazaron con fuerza.  Se prodigaron muchas caricias. Y todo para separarse al día siguiente. Se abrazaron por última vez antes de que Wulfgar partiera. Natalie le juró que le esperaría siempre. Era un 14 de febrero del año 1702 y Natalie, al ver que Wulfgar se alejaba de ella, supo que se había llevado consigo su corazón.
            Un mes después, a Natalie no le había llegado todavía el periodo. Y vomitaba todo cuanto caía en su estómago. Sus padres no tardaron en darse cuenta de que Natalie estaba esperando un hijo. Y que el padre de ese hijo estaba combatiendo en algún lugar de España. Lo peor de todo era que se trataba del rechazado Wulfgar Norton.
            A pesar de las súplicas de Natalie, sus padres apalabraron su matrimonio con lord Arthur Alexander, hermano menor del vizconde de Lawless. Lord Arthur tenía más de sesenta años. Estaba muy enfermo. Conocía a Natalie desde que era una niña. No harían nunca vida conyugal. Pero, aún así, el bebé que esperaba la joven no sería un bastardo. Con el corazón destrozado, Natalie accedió a casarse con lord Arthur.
            Natalie se fue a vivir con él a su residencia situada en Llangefni. Por suerte, su embarazo aún no se notaba. Natalie se obligó así misma a querer a su esposo. Era un buen hombre. Le gustaba hablar largo y tendido con ella sobre cualquier tema. Nunca quiso indagar en el asunto del padre del bebé que estaba esperando.
            Finalmente, le llegó a Natalie la hora de dar a luz. Fue un parto largo y doloroso. El fantasma de Wulfgar no dejaba de acosarla. A la caída del Sol, vino al mundo el hijo que había engendrado con su amado. Fue un hermoso niño.
            Recibió el nombre de Arthur. El hombre lo quería muchísimo, pese a que no lo había engendrado. Poco a poco, se fue apagando. Antes del primer cumpleaños del niño, lord Arthur murió. Natalie lloró con sinceridad la muerte de su esposo.
            Después de eso, Natalie confió en que Wulfgar regresara algún día a buscarla. Le confesaría la verdad. Cuando se separaron, había hecho el voto de que le esperaría siempre. Un voto que se había visto brevemente roto para que el niño que iba a tener no fuera un bastardo. Aún así, no pudo evitar las habladurías con respecto a su inesperado matrimonio con lord Arthur. Los años fueron pasando. Su hijo iba creciendo. Era un niño travieso e inquieto.
            Por desgracia, Wulfgar nunca regresó a buscarla. Un día, le llegó una carta a Natalie. Su amado había muerto durante la batalla de Almansa. En ese mismo instante, Natalie cayó desmayada al suelo. Había perdido toda la ilusión por la vida. Empezó a dejarse morir desde ese mismo instante.
            Al año siguiente, casualmente, otro 14 de febrero, Natalie murió. Fue enterrada al lado de lord Arthur en el cementerio de Llangefni.
            El verdadero origen del joven Arthur Alexander salió a la luz gracias a una carta que le escribió su madre antes de morir y que le fue entregada cuando se hizo mayor.
            Desde entonces, corría en su familia la leyenda de que todo aquel que se enamoraba veía truncado su amor de un modo trágico.
            Hester Blackwood era descendiente directa de Wulfgar Norton y de Natalie Jackson. Vivía en un magnífico bungalow situado en pleno centro de Colombo, la capital de Ceilán junto con sus padres y su prima Erin.
            A sus diecisiete años, Hester se había convertido en una joven hermosa e inteligente. Era alta y rubia. Su piel era blanca como la leche. Seguía los consejos de su institutriz, que le decía que debía de salir a la calle protegiéndose del Sol con una sombrilla.
Hester había nacido y había crecido en Ceilán y había recibido una esmerada educación. Erin se había ido a vivir con sus tíos tras la muerte de su padre. Era natural del un pequeño pueblo de Kansas.
Erin y Hester eran hijas únicas. De modo que Hester consideraba a su prima como su hermana mayor. La muchacha era tan coqueta como lo podía ser las chicas con las que se relacionaba, todas ellas miembros de la colonia británica de la ciudad. El padre de Hester era el hermano menor del barón de Clements y, gracias a su tesón, había llegado a ser el dueño de una importante empresa de exportación e importación.
            Para ser sinceros, Erin se había vuelto una amargada. No había logrado ser feliz. Y creía que nadie tenía derecho a serlo. Muchas noches, se quedaba dormida mientras lloraba amargamente.
            Los que conocieron a Erin en su pueblo en Kansas la definían como una joven de gran temperamento. Tenía un genio muy vivo. Era muy bella y seductora. Pero, al mismo tiempo, pecaba de ingenua. Un próspero y apuesto ranchero se fijó en ella. Erin era, por aquel entonces, rebelde y apasionada. Llevaba de cabeza a su padre, el cual no sabía cómo controlarla. El hombre se había casado con la única hermana de la señora Blackwood. Para su sorpresa, encontró a Erin medio desnuda en el granero en compañía de aquel ranchero. Algo se quebró dentro de Erin cuando su padre le recriminó su comportamiento, ya que su amado era un hombre que estaba a punto de casarse con otra mujer.
            El padre de Erin falleció a los pocos días. La joven decidió irse a vivir con sus tíos a Colombo. Se juró así misma que ningún hombre volvería a hacerle daño.
             Todos los pretendientes que tenía eran rechazados una y otra vez por ella hasta que perdían todo su interés. Erin afirmaba que los hombres sólo querían una cosa de las mujeres y prevenía a Hester contra ellos. La muchacha confiaba ciegamente en los consejos que le daba su prima. Las amigas de Hester, en cambio, se reían de Erin. La veían como una solterona amargada. Le decían a Hester que su prima estaba celosa de ella porque la veía feliz. Hester no quería pensar nada malo de Erin, que tenía ya veintidós años.
            Entonces, Hester se enamoró de un joven cingalés y fue correspondida por él. No le contó nada a Erin. Patrick era un joven que trabajaba como talabartero. Se había convertido al cristianismo años antes. Al morir sus padres, fue acogido por un sacerdote metodista. Lo bautizó. Y le puso el nombre de Patrick.
El joven y Hester se enamoraron nada más cruzarse sus miradas cuando Patrick le entregó al señor Blackwood la silla de montar que le había encargado que hiciera para Erin.
            Tal y como hizo su antepasada, Hester empezó a verse a escondidas con Patrick. Se encontraban a orillas del lago Beira. Hester decía que iba a ver a sus amigas y corría al encuentro con su amado, sabedora de que, de pie junto al lago, la estaría esperando. Patrick era alegre y siempre estaba de buen humor. Él le hacía pequeños regalos a Hester que ella escondía para evitar que Erin los viera. Patrick le regalaba ramitos de flores silvestres. Una vez, le colocó una flor en el pelo que Hester llevó puesta durante días. Sabían que nada escapaba de la mirada crítica de Erin. Si comían a orillas del lago, Hester se obligaba así misma a sentarse a la mesa a la hora de cenar y comer sólo para disimular. Las primeras veces que Hester y Patrick se vieron, los dos se quedaron callados y no sabían de qué hablar. Él le contaba cómo fabricaba las sillas de montar. Y ella le hablaba de las aburridas fiestas a las que iba.
            Patrick estaba cada vez más enamorado de Hester. Su carácter bondadoso y alegre la fue conquistando cada vez más. Cuando estaban juntos, Hester podía ser ella misma y afloraba su verdadera personalidad. En el fondo, era muy apasionada. Y Patrick estaba despertando en su interior sentimientos nunca antes experimentados.  
            Mientras mojaban sus pies desnudos en el lago, Patrick se atrevió a cogerle la mano a Hester. Otro día, sus dedos se atrevieron a tocar el pelo rubio de la muchacha. Una tarde, los labios de Patrick rozaron suavemente por primera vez los labios de Hester.
            Se besaron en muchas ocasiones a partir de ahí. Los besos que se daban empezaron a ser más apasionados. Se juraron amor eterno. Hicieron muchos planes para el futuro. Hester creía que su familia acabaría aceptando a Patrick.
            Por desgracia para ambos no fue así. ¿Cómo un talabartero cingalés podía aspirar a la mano de la hija de un importante hombre de negocios inglés? El muchacho fue expulsado de la casa de los Blackwood. Erin se enfadó muchísimo con Hester. Le prohibió tajantemente que volviera a ver a Patrick y sus tíos la apoyaron. Hester se sintió más sola que nunca.
            Una noche, durante una fiesta, Hester se escabulló. Como siempre, Patrick la estaba esperando a orillas del lago. Hester había pasado las dos últimas noches llorando inconsolablemente. A pesar de todo, la habían dejado ir a la fiesta. Su corazón le gritaba que era una cobarde por no rebelarse. Estaba repitiendo la historia de su antepasada Natalie.
            Sería la última vez que se vieran a orillas del lago porque Hester así se lo juró así misma.
            Patrick insistió en que huyeran juntos muy lejos de Colombo. Hester rompió a llorar amargamente. Patrick sintió que su corazón se rompía. A pesar del amor que se profesaban, Hester estaba asustada.  Aún así, Patrick se juró así mismo que no iba a renunciar a ella.
            Era un 14 de enero del año 1854.
            Con las manos, Patrick secó las lágrimas que rodaban por las mejillas de Hester. Le acarició el pelo rubio muy claro. Le susurró que siempre la amaría.
-¿Por qué la vida se empeña en separarnos?-se lamentó Hester.
-No lo sé-suspiró Patrick-Sólo sé que te amo.
            Abrazó con cariño a Hester. La besó en la frente. La besó en las mejillas. La besó con pasión en los labios. Y fue en aquel momento cuando empezó a llover.
            Había una casita cerca del lago. Estaba abandonada desde hacía muchos años. Patrick la había descubierto algún tiempo atrás.
            Fue una noche llena de amor y de pasión.
            La lluvia era cada vez más fuerte. Todavía era la época del monzón. La oscuridad inundaba la casita y sólo se veía iluminaba con la luz brillante del relámpago. Patrick y Hester se miraron con deseo. El joven luchaba contra la pasión que sentía por ella. Se acercaron lentamente sin darse cuenta de lo que estaban haciendo. Hester estaba temblando cuando Patrick rodeó su cintura con los brazos. Hester supo lo que iba a pasar y, a pesar de sus temores, besó con suavidad los labios de Patrick.
            Él la besó de nuevo. Pero el beso que le dio fue mucho más largo y mucho más apasionado que el anterior.
            Casi sin darse cuenta, las ropas de ambos fue cayendo poco a poco al suelo. Ya desnudos, Patrick alzó en brazos a Hester. La condujo hasta el estrecho jergón. La depositó allí con delicadeza.
            Volvieron a besarse con ansia y empezaron a acariciarse el uno al otro. Patrick estaba muy excitado y deseaba poder fundirse con Hester. Mientras, Hester estaba nerviosa, pero también estaba deseosa de unirse a Patrick. Ser uno.
            Se besaron en muchas ocasiones. Los besos que se dieron fueron apasionados. Pero también fueron besos llenos de amor. Besos cargados de ternura…Patrick y Hester eran vírgenes, pero los dos actuaban movidos por el deseo. Patrick llenó de besos cada centímetro de la piel de la muchacha.
            La boca del joven se deslizó sobre el cuello de Hester. Llenó de besos sus pechos. Recorrió con su lengua el vientre de Hester. Llegó a besar sus piernas. La piel de Hester ardía en contacto con la piel de Patrick. Entonces, el joven se introdujo poco a poco en su interior.
            Esa noche, mientras la lluvia caía fuera, Patrick y Hester tomaron posesión el uno del otro, sabiendo que aquello tenía que pasar porque sentían que habían nacido para estar juntos. Aquella noche, se convirtieron en uno solo ser.
            Fue la primera vez para ambos. Y había sido su primera vez junto con el ser amado. Que siempre amarían.
            Todo terminó. Pero seguía lloviendo. Permanecieron en aquel estrecho jergón acostados. Besándose una y otra vez.
            Al día siguiente, se vistieron mientras recordaban lo ocurrido durante la noche. Hester sintió que se le rompía el corazón al pensar que no volvería a ver a Patrick.
-Tengo que viajar a Madras-le contó Patrick-Pero volveré en un mes.
-¿Qué me quieres decir con eso?-inquirió Hester.
-Te estaré esperando aquí. Junto al lago…Cuando regrese dentro de un mes, vendré al lago. Y te estaré esperando aquí. Si no vienes, entonces me iré.
-¡No me pidas que haga eso! No voy a ir. Tú lo sabes. Mi familia…Mi prima… Ellos no aprueban que estemos juntos. Y yo…¡Soy una cobarde! Nuestro amor es imposible.
-No puede ser imposible cuando tú y yo nos amamos, Hester.
-Patrick…
-En un mes, habré vuelto y te estaré esperando.
            Hester lo besó con pasión y salió corriendo de la casita. Por suerte para ella, ni sus padres ni Erin se habían percatado de su ausencia.
            Nadie supo que Hester había perdido su virginidad la noche de la tormenta. El periodo le vino a la muchacha en su fecha correspondiente. Eso la destrozó. Le habría gustado ser como Natalie. Haber tenido un hijo de su verdadero amor.
            A escondidas, Hester lloraba. Se preguntaba si sería capaz de escaparse de casa. De empezar una nueva vida al lado de Patrick. Vivía atormentada por las dudas. Presenció durante aquellos meses las visitas que Erin recibía de sus pretendientes. Pero ésta seguía rechazándolos a todos. Hester se preguntaba el porqué su prima era tan cruel con aquellos jóvenes. Era obvio que sentían algo por ella. Pero Erin no quería saber nada de ninguno de ellos.
            Estaba convencida de que Hester le había hecho caso y había olvidado ya a aquel joven cingalés.
            El día 13 de febrero, Hester estaba sentada en el salón. Estaba bordando un pañuelo para su ajuar de bodas. Erin estaba leyendo un libro en voz alta. Su madre, sentada a su lado, estaba liando un ovillo de lana.
            Hester no dejaba de pensar en lo mismo. Patrick regresaría al día siguiente. Tenía que tomar una decisión. No prestaba atención a lo que Erin estaba leyendo. Fuera, había empezado a caer una ligera llovizna. Hester no se fijó en cómo estaba bordando. Sabía que Patrick iría a esperarla a orillas del lago Beira. Pero Hester estaba demasiado asustada como para tomar una decisión. Recordaba demasiado bien la noche de amor que habían vivido. Los votos y las promesas de amor eterno que se habían hecho mientras estuvieron juntos en aquella casita. ¿Qué puedo hacer?, se preguntó Hester.
-No me estás prestando atención-le recriminó Erin.
-Discúlpame, prima-se excusó Hester-Estaba pensando en otra cosa.
-Espero que se trate del bordado.
-Te está quedando bien el pañuelo, hijita-la aduló la señora Blackwood.
            Hester no la escuchó. El ceño fruncido de Erin…Los falsos halagos de su madre…Cerró los ojos con fuerza.
            Al día siguiente, Hester se encerró en su habitación. Miró por la ventana en busca de una señal. La ciudad seguía con su ritmo de vida normal. Y Patrick estaba a punto de llegar.
            Era un 14 de febrero. Aquel día, pero muchos años antes, Wulfgar y Natalie se habían separado para siempre.
            Hacía Sol aquel día. Hester se había puesto un vestido de color negro. Había metido algo de ropa en una maleta. Abandonó su casa sin ser vista. Le latía muy deprisa el corazón. Mientras se dirigía al lugar de la cita, Hester había sentido terror. Pero se había obligado así misma a seguir caminando. Paseaba por la orilla del lago Beira. Se sentó en el suelo y se preguntó si Patrick acudiría a la cita. El agua del lago le pareció más cristalina que nunca. Ni una sola nube cubría el cielo. En aquel momento, Hester sintió cómo alguien le tapaba los ojos. Aquel gesto la sobresaltó.
-¿Quién es?-inquirió.
            La mano se apartó de sus ojos y Hester se dio la vuelta para ver quién era. El corazón empezó a brincar muy deprisa dentro de su pecho. ¡Era Patrick! ¡Había cumplido su promesa! El joven sonreía radiante al ver que Hester había acudido a su cita.
-Sabía que vendrías-se emocionó Patrick-Sabía que lucharías por nuestro amor.
            Hester sintió cómo las lágrimas corrían por sus mejillas. No podía articular palabra. Pensaba que todo lo que estaba pasando era producto de su imaginación. De algún modo, al triunfar su amor, también había triunfado el amor entre Wulfgar y Natalie.
            Un gritito de alegría se escapó de la garganta de Hester. Llenó de besos el rostro de Patrick. Sus labios se encontraron y se fundieron en un beso largo y apasionado. Un beso cargado de promesas que se cumplirían. Un beso lleno de esperanza en el futuro que les aguardaba.
            Hester pensó en Natalie. De algún modo, ella y Wulfgar habían vuelto a estar juntos. Ella y Patrick serían felices y, de aquel modo, honrarían a sus antepasados. Nunca más volverían a separarse.


FIN
            

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