Me gustaría compartir con vosotros este "one shot", de la novela de Patricia Ryan, El hechizo del halcón.
Cambio algunas cosas, como que está más centrado en la figura de Edmund, el marido de Martine, la protagonista de la novela.
Deseo de corazón que os guste.
NO FUE UN ERROR
No quiero que estés triste, mi amado Edmund.
Yo nunca quise ser como mi madre. La vi consumirse poco a poco por culpa de un amor desdichado. Un amor que acabó matándola.
Un amor del que yo fui su infausto fruto. Nunca fui reconocida por mi padre. Nunca le he visto ni sé quién es.
A lo mejor, es bueno que muera porque desaparece de la faz de La Tierra todo rastro de la desgracia de mi madre.
Estrude está loca. Siempre pensó que yo era la amante de Thorne, tu halconero. Es cierto que me sentí atraída por él cuando le vi en el puerto. El barco que me llevó desde mi querida Francia hasta Inglaterra acababa de atracar. Yo estaba aterrorizada.
No quería saber nada de los hombres. Pero tampoco quería ingresar en un convento. Mi hermano me dijo que, si quería, podía casarme. Y escogió al mejor de los hombres como mi marido.
No pasó nada entre Thorne y yo. Deseaba no estar sola porque me sentía terriblemente sola. Hasta que no te conocí, no sabía lo que era estar enamorada. Confundí durante un breve periodo de tiempo mis sentimientos hacia Thorne.
Estrude ha matado a Thorne. Le ha atravesado el pecho con una flecha disparada por su ballesta. Y, luego, ha hecho lo mismo conmigo. Hace mucho tiempo que no veo a Thorne. Y me apena saber que no ha logrado su mayor anhelo, que era ser el dueño de sus propias tierras. Estrude ha enloquecido.
Thorne murió en el acto. Yo llevo tres días agonizando.
Nos casamos el 3 de abril del Año de Nuestro Señor 1140.
Tu hermano Bernard era el heredero de vuestro padre, al ser el hijo mayor. Tenía que ocuparse de sus tierras en la baronía que había heredado. Tú tenías muy poco. Pero te conformabas porque nunca fuiste ambicioso, mi amor.
Nos instalamos en la pequeña isla de De Montford, en el condado de Reading. Está en el río Támesis. Tienes allí una casa muy amplia.
-Éste será nuestro hogar-me dijiste cuando entramos.
-Tengo mucho miedo, señor-te confesé.
-¿Cuándo vas a empezar a llamarme por mi nombre, Martine? Estamos casados. Olvida las formalidades.
-Lo intentaré.
Me aterraba la idea de consumar mi matrimonio contigo.
Tú fuiste el único hombre que me ha besado. Me has enseñado a besar. Nunca me ha dado asco sentir tu lengua moviéndose en el interior de mi boca. Y yo quería beber de ti, mi adorado Edmund.
-Te respetaré-me dijiste cuando salimos de la Iglesia nada más casarnos.
Nuestra boda fue más bien sencilla. Tú no dejabas de ser el segundo hijo de un barón arruinado.
Y yo era la hija bastarda de una dama de noble cuna. Acudieron pocos invitados a nuestra boda.
Reconozco que lo agradecí.
-Me siento más unida a vos-te dije cuando llegué a vuestro lado, ante el Altar.
-Puedes tutearme, Martine-me pediste.
-Aún no estamos casados.
Te miré a los ojos. Yo ya estaba enamorada de ti cuando nos casamos. Thorne hacía mucho tiempo que no ocupaba mis pensamientos.
Me cogiste de la mano y un escalofrío placentero recorrió todo mi cuerpo.
La idea de mi noche de bodas era algo que me aterraba. Me prometiste que no intentarías consumar nuestro matrimonio hasta no estar instalados en nuestra casa. Mirabas más por mí que por ti. Los hombres sólo piensan en sí mismos. Thorne era como todos los hombres. Sólo buscaba su propio placer. Por eso, acudió a Estrude.
Tú, en cambio, cumpliste tu promesa.
Hicimos el amor por primera vez cuando nos instalamos.
¿Cómo voy a olvidar esa primera noche cuando me llevaste en brazos hasta nuestra alcoba? Me desnudaste con sumo cuidado y yo te desnudé a mi vez.
No sentí miedo alguno.
-Martine...-empezaste a hablar, pero te interrumpí.
-No digas nada-te pedí.
-Es nuestra primera vez.
-¿Qué quieres decir?
-Yo nunca...
No terminaste la frase porque llenaste de besos mi cara. Nos fundimos en un largo beso. Un beso que estuvo cargado de mucha pasión por mi parte. Y por la tuya...
Tu lengua recorrió el interior de mi boca sin descanso. Enlazabas un beso tras otro beso. No querías dejar de besarme. Y yo, a mi vez, sólo quería beber de tu saliva.
Llenaste de besos mis pechos.
Te sentí más mío que nunca.
Llegaste a besar mi vientre. A hurgar con tu lengua en mi ombligo. A besar mi sexo con reverencia.
Me abrazaste con mucha fuerza. Sentí tu lengua lamiendo mi piel y yo me animé a lamer con mi lengua tu piel.
-Quiero hacerlo-te dije.
No sentí pánico alguno cuando abriste suavemente mis piernas. Aferraste con firmeza mis caderas. Poco a poco, te fuiste metiendo en mi interior. Casi no sentí dolor cuando rompiste la barrera de mi virginidad.
Fuiste tan dulce. Tan delicado...
¿Lo recuerdas, Edmund?
Y volviste a amarme cuando acabamos.
Volviste a llenar de besos cada porción de mi piel.
Creí que me volvería loca de placer. Ya estaba loca de amor por ti.
No me dio nunca pudor alguno el mostrarme desnuda ante ti mientras tú te mostrabas desnudo ante mí. Valoré mi desnudez como algo mío. Que formaba parte de mí. Igual que tu cuerpo desnudo era algo tuyo. Y yo amaba todo lo que venía de ti. Te amo, Edmund.
Durante todos estos años que hemos estado casados, he deseado con todas mis fuerzas darte un hijo. Por desgracia, mi vientre debe de haberse secado antes de tiempo porque nunca he logrado engendrar un hijo. Nunca he sido madre y siento que te he fallado, amor mío. Nunca me lo has echado en cara.
Me decías que no pasaba nada.
Me abrazabas.
Me decías que me amabas. Que, al no tener hijos, me amabas más.
No debías de repartir tu corazón entre nuestro hijo y yo. Sólo tenías ojos para mí, mi amado.
Me ahorraste la vergüenza de mostrar las sábanas manchadas con mi sangre virginal a tus hombres. Es la costumbre, me dijo mi doncella.
Tras nuestra primera noche de amor, no enseñaste nada. Mi doncella entró en nuestra habitación y nos vio juntos. Yo me estaba lavando. Tú estabas sentado desnudo en nuestra cama. Vio la sangre manchando las sábanas. Guardó silencio.
Dijo que se las daría a una criada. Las lavaría.
Durante estos últimos años, hemos pasado todas las noches el uno en brazos del otro. Me has besado con pasión en los labios mientras yacíamos desnudos en nuestra cama, Edmund.
No olvides nunca esas noches de pasión. Son el mayor regalo que me han hecho. Me amaste por encima de todas las cosas.
Besabas con arrebato mi cuello. Llenabas de besos mis pechos. Los lamías.
Decías que eran el fruto más delicioso que jamás habías saboreado.
Tus palabras me halagaban.
Me acostumbré a dormir a tu lado.
Abrazándote. Y me acostumbré a despertarme cuando me besabas en la mejilla con suavidad.
Quiero pensar que he sido una buena esposa para ti. Quiero recordar nuestros paseos por la isla. Nuestras conversaciones en el salón. Quiero recordar cada momento que he vivido a tu lado. Quiero que sepas que me has hecho la mujer más feliz del mundo. Y que muero feliz porque te he conocido. Y porque te he amado.
FIN
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