miércoles, 2 de septiembre de 2015

LA TENTACIÓN

Hola a todos.
He encontrado, revolviendo entre mis papeles, este "one shot" de El milagro de San Bruno, de Philippa Carr (uno de los muchos seudónimos que usaba la tristemente desaparecida Victoria Holt).
Cambio muchas cosas de la historia. Se centra más en el personaje de Damask, la protagonista, pero el galán de la historia no es Bruno, sino su primo Rupert.
De hecho, es Rupert el narrador.
Lo he dividido en dos partes para que no resulte aburrido.
Mañana, subiré la parte final.
Deseo de corazón que os guste.


LA TENTACIÓN

ISLA DE VIEW, EN EL RÍO TÁMESIS, A SU PASO POR EL CONDADO DE READING, 1553

-¿Es verdad lo que está pasando en Londres, Rupert?-me pregunta mi prima Damask. 
                                    Nos encontramos dando un paseo por un sendero que hay cerca de la casa de mis tíos. 
-He oído algunos rumores acerca del carácter de la Reina-respondo. 
-Parece que el mundo se ha vuelto loco-se lamenta Damask. 
-La peste no llegará hasta aquí. No creo que la Reina se fije en una pequeña isla como View. Aquí no hay brujos. 
-Lo sé. 
                                     Fue la peste la que acabó con la vida de mis padres. Me quedé al cuidado de mi hermana menor, Kate. 
                                  Kate es una joven que nunca para quieta. Necesita estar ociosa. Damask, nuestra prima, es distinta. Sabe cómo comportarse. Su dueña la deja salir sola conmigo porque soy su primo. Pero no lo ve con buenos ojos. 
-¡Esperadme!-grita mi hermana, mientras viene corriendo hacia nosotros. 
                              Damask estuvo llorando durante días cuando le contamos la desgracia que se había cernido sobre la Abadía de San Bruno. Las tierras de mis tíos lindan con la Abadía. Damask conoce al niño que fue abandonado la mañana de Navidad allí. Habían colocado un Nacimiento con esculturas muy grandes. 
                              Una madre desnaturalizada colocó a su hijo recién nacido en la cuna donde dormía una escultura del Niño Jesús. 
                               Los monjes lo vieron al día siguiente. Pensaron que había ocurrido un milagro. Dios había convertido al niño de cerámica en un niño de verdad. Naturalmente, se quedaron con el pequeño. Le llamaron Bruno. 
                               Damask siempre ha sentido algo por Bruno. Ante sus ojos, le veía como un ser sobrenatural. De buena gana, se habría casado con él. 
                                La epidemia de peste nos destrozó la vida.
                                Mis padres murieron. Murieron varios monjes. Y Bruno acabó sucumbiendo a la enfermedad. Tenía catorce años. Cuando Bruno fue enterrado, fueron muchas las personas que quisieron de él un mechón de su cabello. Decían que era un Santo. 
                                A Bruno le enterraron calvo. 
                                Le raparon la cabeza. 
                                Kate y Damask conservan mechones de pelo de Bruno. Kate guarda su mechón de pelo en un cofrecito que tiene encima del tocador. Damask, por el contrario, guarda el mechón de pelo en su joyero. Ambas comparten habitación desde que llegamos a la isla. En Londres, dormían en habitaciones distintas. 
                                Es frecuente que salgamos a pasear. Por lo general, Kate y yo evitamos hablar de Bruno. Sabemos que es un tema que le duele a Damask mencionar. 
                               Y yo no quiero que sufra. 
                                Ha pasado un mes desde que llegamos a la isla. 
                                El primer día consistió en ordenar las ropas. Los criados se ufanaron en limpiar la casa. 
                                Desde que llegamos, hemos seguido una misma rutina. 
                                Nos levantamos temprano. Solemos desayunar los cinco juntos. Suelo sentarme a la mesa al lado de Damask. 
                                Me recuerdo a mí mismo que es mi prima. 
                                Ya tiene dieciocho años. Tiene la misma edad que tiene mi hermana. 
                                Mis tíos hablan durante el desayuno. 
-Damask tendría que haberse casado ya-opina mi tía. 
                                  Mi prima me mira de forma disimulada. Me dedica una de sus preciosas sonrisas. Yo le guiño un ojo. Y ella se ruboriza de manera visible. Ni mis tíos ni Kate parecen darse cuenta de nada. No sabemos el tiempo que vamos a permanecer aquí, en View. 
-Es Damask la que no quiere casarse-le recuerda mi tío a mi tía-Podría ingresar en un convento. 
-¿Ser yo monja?-se ríe Damask. 
-Eres una chica muy tranquila-contesta Kate, interviniendo. 
                                  Lo mismo ocurre a la hora de la comida. Me siento al lado de Damask a la mesa. 
                                  En el desayuno, me fijo en cómo bebe un sorbo de su tazón de leche caliente. 
                                  En la comida, me fijo en la manera en la que come. Tengo la sensación de que parece un pajarillo comiendo. 
                                   Aunque esté comiendo un cuenco de sopa caliente. Le gusta mucho la sopa. 
-Me miras mucho últimamente, Rupert-me indica Damask. 
                                   Nos sentamos juntos a la mesa a la hora de la cena. Se repite el mismo ritual. Mis tíos y mi prima Kate hablan de cualquier tema. Damask no habla mucho. 
                                    Y yo la miro. La miro de manera insistente. En contra de su voluntad, es incapaz de comer la porción de cordero asado que le han servido. Yo no tengo hambre. 
                                     Como mi porción de cordero asado con desgana. 
                                    No sé lo que me pasa con Damask. Sé que no es bueno lo que siento por ella. Me reprocho a mí mismo por mi comportamiento. No está bien lo que estoy haciendo. No está bien lo que me pasa. Estoy asustando a mi prima con mi proceder. 



                                      Ha pasado otro mes.
                                      Mis tíos suelen venir a la isla de View a pasar aquí el verano. Les gusta huir de Londres.
                                      Kate y yo les acompañamos desde que llegamos aquí. En otoño, regresaremos a Londres. Pero sospecho que a Damask no le gusta nada la ciudad.
                                     Una tarde, Kate, Damask y yo salimos a dar un paseo por uno de los senderos que hay en la isla. Tomamos asiento en uno de los bancos que han colocado recientemente allí. Son bancos de madera.
-¡Tengo muchísimas ganas de regresar a Londres!-exclama mi hermana.
-Preferiría quedarme aquí-le confiesa Damask.
-No soporto estar mucho tiempo en un sitio tan pequeño-admito-Aunque este sitio es muy bonito.
                                   Hace mucho tiempo que me cuesta trabajo conciliar el sueño. Me paso todas las noches en vela. El amanecer me sorprende.
                                    Estoy acostado en mi cama mirando al techo y sin poder sacarme a Damask de la cabeza.
                                     Mi hermana y ella comparten habitación. A pesar de sus diferencias, se han hecho muy amigas.
                                    Las oigo hablar por las madrugadas. Kate habla de las fiestas a las que ha asistido. Es un poco mayor que Damask y está preocupada porque todavía no se ha casado.
-Voy a esas fiestas a ver si encuentro un marido-le confiesa.
                                    Hay una pequeña capilla aquí, en View. Toda la familia acudimos allí a rezar los domingos. Incluso, viene un párroco desde Reading para oficiar la Misa los domingos a las doce del mediodía.
                                   Me he dado cuenta de que Damask casi no come. Su dueña se la lleva a ella y a Kate a un aparte.
-Debéis de tener cuidado con los hombres, niñas-les advierte.
-Yo no quiero tener ya cuidado con los hombres-replica mi hermana-¡Yo quiero casarme!
-¡Niña!
-Kate, no hables así-la regaña suavemente Damask.
                                     La dueña habla de los hombres. Es una mujer viuda y, por lo que me ha contado un criado, su matrimonio fue un verdadero desastre.
                                     Habla mal de todos los hombres. Tanto Damask como Kate la escuchan en silencio. Pero sospecho que no piensan lo mismo que ella.
                                     Rezamos todos juntos el rosario en el saloncito.
                                     No quiero mirar a Damask. La siento temblar. ¡Qué Dios me perdone!
                                     Intento no mirarla y sospecho que a ella le ocurre lo mismo que me ocurre a mí. No deja de mirarme por el rabillo del ojo. El rosario de madreperla que sujeta entre sus dedos se mueve de manera hipnótica.

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